Lo bello, lo sublime y lo deslumbrante

Al anochecer, las calles encienden lentamente sus luces intentando, desesperadas, combatir la oscuridad que irremediablemente se cierne sobre ellas; nadie puede escapar de la infinitud de la noche, y de la angustia de su propia existencia finita manifiesta (como el propio Kierkegaard describiría, o que Heidegger llamaría el "Dasein"). Bajo la sábana de estrellas que, dubitativas, titilan, uno se reencuentra con los misterios de nuestra propia vida; en la insondable oscuridad infinita uno se reencuentra con su finitud. Es sencillo en el silencio de la oscura noche, que se extiende sobre nosotros, imperturbable y pesada, caer en la angustia o el miedo que tan bien describiría Pascal en sus Pensées:

 «Cuando considero lo efímero de mi vida, inmersa en una eternidad antes y después; o el pequeño espacio que lleno en medio de la infinita inmensidad de espacios de los que nada sé, y que nada saben de mí, me aterrorizo. El silencio eterno de estos espacios infinitos me aterra» - Blaise Pascal, 1669.

Pero el atardecer y el amanecer son diferentes: hay esperanza. Son aquellos solitarios momentos de transición y semioscuridad, cuando las ciudades callan y solo los pájaros cantan, en los que la reflexión se muestra más lúcida, cuando nuestra finitud se hace patente y nos encontramos a nosotros mismos. En la antesala del trabajo diario que nos absorbe - y a veces envenena-, o de la noche cerrada - y a veces claustrofóbica-, es cuando puede el ser humano permitirse acceder al reino de la metafísica. Aunque el amanecer y el atardecer tienen colores diferentes, ambas nos embaucan, ambas nos hacen desear extender esos finitos momentos de paz y calma a nuestra vida entera; ignorando, quizá, que es precisamente su finitud por lo que lo que somos capaces de disfrutarlos tanto. Nuestra propia finitud doliente, una vez aceptada y asimilada - lo cual es un trabajo que nos lleva toda la vida-, nos sirve como mapa de ruta para navegar por la vida, como si de la estrella Polar se tratase. Es precisamente este dolor el que creo que subyace la experiencia de lo sublime que tan brillantemente describe el filósofo Kant en su "Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime", y que él asocia con el horror. Y es un horror que también forma parte de nosotros mismos: el horror de nuestra finitud, del peso irreversibles de nuestras decisiones de morales; de ser conscientes de que vamos a enfermar y morir; de que hay muchas más cosas que no conocemos ni comprendemos que las que sí; de que, una vez hayamos dejado esta tierra, el mundo seguirá girando indiferente de nuestra ausencia.

«La vista de una montaña cuya cima nevada se eleva por encima de las nubes, la descripción de una furiosa tormenta, despiertan placer pero con horror [es lo sublime]; por otro lado, la vista de praderas sembradas de flores, valles con arroyos serpenteantes y cubiertos de rebaños pastando, también provocan una sensación placentera, [es lo bello]. La noche es sublime; el día es bello. Los temperamentos que poseen un sentimiento por lo sublime son atraídos gradualmente, por la tranquila quietud de una tarde de verano cuando la brillante luz de las estrellas se abre paso a través de las sombras marrones de la noche y la solitaria luna se alza a la vista, hacia elevados sentimientos de amistad, de desdén por el mundo, de eternidad. Lo sublime conmueve, lo bello encanta» - Immanuel Kant.

En el amanecer y el atardecer, donde conviven lo bello y lo sublime, la naturaleza, con su magnificiente gama de tonalidades, se muestra mortalmente bella, eclipsándonos y enfretándonos a nosotros mismos con nuestra insignificante posición en el Cosmos.

Pero esta experiencia que resalta nuestra solitaria individualidad como un desgarro del tejido que compone el mundo, puede resignificarse; no tenemos que resignarnos con el miedo y el dolor de la herida de nuestra finitud abierta. Suele afirmarse que el conocimiento, en especial el conocimiento científico, le arrebata belleza al mundo y sus fenómenos.Y, sin embargo, pocas sensaciones he experimentado con mayor profunidad que el placer y paz de comprender, como si los la naturaleza hubiese decidido compartir  en susurros rasgados sus detalles más íntimos, todo aquello que no se ve a simple vista. Parte del atractivo de la naturaleza es la complejidad de su belleza, en capas: hay una belleza superficial, aparente, como la de las flores de los árboles en primavera. Hay, después, otra capa relacionada son su infinitud y magestuosidad, que se entremezcla con miedo, y es lo sublime que mencionábamos antes. Pero, por debajo de ésta, se encuentra otra capa mucho más rica y desconocida. En muchas ocasiones las relaciones entre los diferentes fenómenos están escondidos en su esencia y, aunque a simple vista nos parecen completamente desconectados, en las profundidades se enrazizan y mezclan como los rizomas de un bosque. Precisamente, hay una relación muy estrecha entre conocimiento y amor: el amor solo es posible cuando conocemos (entendiendo "conocer" también como cercanía).  El placer que causan tanto lo bello como lo sublime son aún mayores cuando se comprende la íntima relación entre el color rosado del atardecer y los temblores del corazón del sol; cuando se entiende la relación entre el espectáculo de polinización de las flores y la visión de nuestros ojos; cuando en la insondable negrura del Cosmos, que se nos confiesa al anochecer, se comprende la relación entre nuestra vida, y los elementos que nos componen, con esa oscuridad; cuando en el fin de la muerte se ve el principio de la belleza. El horror y el dolor de nuestra herida de finitud, a través del conocimiento, se resignifican, dejando paso a la calidez del hogar y el acompañamiento, al amor. Por todo ello, he llamado a esta nueva experiencia oceánica, en paralelismo con la distinción kantiana entre "lo bello" y "lo sumblime", "lo deslumbrante". "Deslumbrar" proviene del prefijo y vocablo latinos dĭs- (negación o, como en este caso, intensidad) + lumen ("luz", que en castellano durante la Edad Media derivaría en "lumbre")[1], respectivamente; dando a entender que la luz, a la cual se le asociaban multitud de cualidades positivas (bondad, conocimiento, calidez, ...), puede llegar a ser tan intensa que perturba por completo al sujeto. Es el conocimiento profundo de la naturaleza (la "iluminación"), la que perturba profunda e irreversiblemente nuestra forma de estar en ella, y de percibirla ("alumbra" un nuevo modo de ser en nosotros). Al igual que un grupo humano acampando bajo la noche cerrada, todo se sitúa alrededor de la lumbre en un círculo sin principio ni fin en el que, como seres heridos y vulnerables, nos reunimos, compartimos y cantamos; una lumbre que nos ilumina, que nos une, que nos envuelve, que nos da calor y seguridad; una lumbre que, como su humo y llamas chisporroteantes, nos eleva más allá de nosotros mismos y de nuestra finitud.

«It is sometimes said that scientists are unromantic, that their passion to figure out robs the world of beauty and mystery. But is it not stirring to understand how the world actually works — that white light is made of colors, that color is the way we perceive the wavelengths of light, that transparent air reflects light, that in so doing it discriminates among the waves, and that the sky is blue for the same reason that the sunset is red? It does no harm to the romance of the sunset to know about it... Our passion for learning is our tool for survival».
— Carl Sagan, Pale Blue Dot (1994)

Cuán fervientemente he deseado comprender el mundo, comprender el verde de la hierba y el azul del cielo; comprender el corazón de los humanos y el origen del mal; comprender el flujo del tiempo y la extensión del espacio. Y, de repente, todo desapareció, como si una terrible inundación se hubiera llevado por delante toda la ciudad que durante años había construido y, sumergida en el horror de la catástrofe, hubiera olvidado hasta su recuerdo. Es aterrador cómo uno puede llegar a perderse a sí mismo; qué difícil es a veces reunir el valor para admitir que todo está bien, y qué fácil es engañarnos a nosotros mismos.
Durante cuántos años olvidé aquella ilusión, la ferviente excitación que me recorría y se asentaba en mi estómago, haciendo que se me escapara una sonrisa de pura emoción, tan solo contemplando el cielo estrellado aparecer en ese atardecer de primavera.  El impulso nervioso recorría, relampagueante, mi espina dorsal como las estrellas de la Vía Láctea, lentamente encendiéndose al ocultarse el sol. Con el olor de la hierba y las flores de primavera llegaban a mi memoria los recuerdos de todas aquellas noches en vela invadida por preguntas, y por una efervescente necesidad de continuar leyendo y aprendiendo; llegaban a mi memoria los recuerdos de todas aquellas noches de verano bajo un cielo estrellado, completamente sobrecogida ante su belleza e inmensidad, preguntándome por el origen de la vida, o el sentido de la muerte. Aquella tarde, lloré de la emoción al pensar en lo bello que es el universo, y del estremecimiento del conocimiento y el misterio. Lloré de la emoción oyendo a los carboneros cantar frente al cielo del atardecer. Lloré de la emoción sintiendo el olor de la hierba y el zumbar de las abejas melíferas. Lloré de la emoción al sentir tanta ilusión y sobrecogimiento de nuevo. Lloré de la emoción al sentirme libre de la prisión de mí misma, al sentir el aire fresco y puro inundar mis pulmones. Lloré de la emoción porque era real. Aquella tarde fue especial; las estrellas iban lentamente iluminándose como si fueran las sinapsis que tanto tiempo habían estado apagadas en mi cabeza. En la oscuridad de la noche encontré mi luz; en la luz de las estrellas encontré mi oscuridad, y pude apagarme, por fin, de nuevo, para fundirme con ese Cosmos que tan desesperadamente he ansiado comprender. Aquella tarde lloré recordando a Ptolomeo mientras mis lágrimas se perdían en la oscuridad de la incipiente noche: 

«Sé que soy mortal, hombre de un solo día, pero cuando contemplo y sigo a los astros en su circular movimiento circular, mis pies ya no tocan la tierra» - Ptolomeo (s. III a.C) 

 

[1]  Hanegreefs, H., Jaén, J. F.  "Conceptualización de la luz en verbos derivados de lumen". Bulletin hispanique 114-1 (2012)

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